Bruce Olson Johnson
(Saint Paul, Estados Unidos 1942)
Por: Sandra Patricia Ramírez Patiño
Bruce Olson Johnson
Bruce Olson Johnson es uno de los pocos extranjeros merecedores del Premio “Germán Saldarriaga del Valle”. Fue en el año de 1973 cuando Johnson se hizo merecedor al galardón, por su trabajo con las comunidades indígenas en la frontera colombo-venezolana. Por su valioso aporte derivado de sus estudios sobre las comunidades indígenas, en especial la tribu de los motilones, que eran totalmente aislados hasta ese momento, la Corporación le hizo un reconocimiento a su gran labor y le dio un incentivo económico de 50 mil pesos.
En la comodidad del hogar
Bruce Olson Johnson nació en Saint Paul, Minnesota, Estados Unidos, en 1942, en el hogar conformado por Marcus E. Olson, de origen sueco e Inga Ganea Johnson, de origen noruego. Al momento de su nacimiento, su padre ocupaba un alto cargo en el Federal Land Bank de la mencionada ciudad, empleo con el cual podía brindar a su familia una buena posición económica, comodidades y privilegios.
Bruce hizo sus primeras letras en Bergen, Noruega, realizó estudios en Estocolmo y estudió lenguas muertas en la Universidad de Minnesota.
La vida de Bruce estuvo siempre influenciada por la religión, primero luterana y posteriormente la interdenominacional; esta última lo incentivó a realizar misiones en América Latina con el fin de adoctrinar las diferentes tribus indígenas existentes.
Un viaje a Latinoamérica
Con la intención de realizar estudios en lenguas y con tan sólo 19 años de edad, viajó a Caracas, Venezuela, pero pronto su vocación por las misiones religiosas cambió sus planes iniciales. Con poco dinero en el bolsillo, se dispuso a buscar un hotel en donde hospedarse por algún tiempo, pero rápidamente sus finanzas se agotaron. Deambuló por la calles hasta que encontró la ayuda de un joven que hablaba inglés y le ofreció hospedaje por algún tiempo. Como tenía facilidad para los idiomas, el español fue un obstáculo que sorteó sin mayores problemas.
Por intermedio de la familia con la que residía conoció a un médico que prestaba sus servicio a algunas tribus indígenas ubicadas cerca de río Orinoco; el médico invitó a Bruce para que lo acompañara a visitar algunas de estas tribus, invitación que aceptó gustoso. Su intención era, básicamente, adoctrinarlos y aprender su dialecto, aunque estos indígenas no estaban interesados en su religión, ya que eran conscientes de que, al convertirse a otra religión, cambiarían sus costumbres. Luego de un corto tiempo, Bruce regresó a Caracas.
Esta primera experiencia le enseñó que los indígenas eran amigables y corteses. Cada vez se iba afianzando en él la idea de que su misión en la vida estaba ligada a las tribus indígenas. Entre tanto, se relacionaba en Caracas con misioneros y sus hijos, hasta que un día recibió una carta en la cual lo excomulgaban por negarse a regresar a Estados Unidos y a esperar el apoyo financiero para permanecer en Venezuela. Con la carta de excomunión llegó también el rechazo de sus amigos venezolanos, quienes le dieron la espalda y los excluyeron de su círculo social.
Se hospedó entonces en la casa de un joven estudiante amigo suyo y, cuando pensaba en retornar a su país de origen, recibió un cheque, enviado por una familia miembro de su iglesia en Minnesota que estaba dispuesta a ayudarlo. Aunque el dinero fue una gran ayuda, no era suficiente para garantizar su permanencia en Venezuela. Encontró trabajo como profesor de inglés y pudo acceder a algún dinero para subsistir un tiempo más en aquel país.
En la frontera
Entre tanto, Bruce oyó la noticia acerca de una tribu en la frontera colombo-venezolana llamada los motilones, de los cuales poco se sabía, excepto que asesinaban a quien se arriesgara a invadir su territorio. Esta noticia no lo intimidó; al contrario, despertó más el interés del misionero por llegar a dicha tribu. Un día cualquiera, sentado en una cafetería, leyó en un periódico que los motilones estaban siendo devastados por una epidemia de sarampión; como él tenía estudios de medicina tropical, sintió que podía ayudar a los aborígenes. Una semana más tarde estaba viajando, dispuesto a encontrar a los motilones para ayudarlos. Durante su camino investigó sobre dicha tribu y el consejo que recibía era que no se acercara a ellos. Se hizo el de oídos sordos y se adentró en la selva y sufrió las inclemencias de la misma, hasta que un día, cansado y molesto, encontró un caserío. La primera noche fue bien recibido, pero al día siguiente fue golpeado y maltratado. El jefe de la tribu le hizo saber que no lo quería en su territorio y lo dejó ir. Antes de partir observó que algunos de los habitantes estaban enfermos y les proporcionó antibióticos; con este gesto el jefe se percató de que su intención era buena y le permitió quedarse. Con el pasar de los días, Bruce descubrió que esa tribu era conocida coma la de los yukos y que no era la que andaba buscando.
Meses más tarde decidió alejarse en busca de los motilones, no sin antes recopilar información sobre éstos entre los yukos y proponerles que lo guiaran hasta ellos, propuesta que no encontró respuesta por el carácter belicoso de los motilones. Algún tiempo después, Bruce halló la ayuda esperada cuando un joven aborigen aceptó guiarlo.
Se internaron varías semanas en la selva, hasta que un día fueron sorprendidos por un ataque con flechas de los motilones, a lo cual el guía huyó y abandonó a Bruce a merced de los indígenas. Como era de esperar, Bruce fue herido por una flecha y llevado como prisionero al caserío motilón, en donde permaneció aislado y enfermo por varios días. Para fortuna suya encontró la protección de uno de los integrantes de la tribu, quien se encargó de brindarle alimentos y cuidarle en su enfermedad. Una noche, cuando recuperó un poco las fuerzas, emprendió la huída, con éxito; aún enfermo, desesperado y agobiado, se internó en la selva por cuatro días hasta que fue encontrado y ayudado por algunos hombres que estaban derribando un árbol. Ya para ese momento, Bruce había cruzado la frontera y se encontraba en territorio colombiano.
Días más tarde quiso viajar a Bogotá pero su dinero no alcanzaba para comprar un tiquete hasta esa ciudad, por lo cual compró entonces un tiquete que lo acercara. Mientras realizaba el viaje fue retenido por el ejército colombiano y, al no poseer los documentos y permisos reglamentarios para permanecer en el país, fue llevado a Bogotá. Allí fue interrogado, explicó su experiencia con los yukos y motilones, pero no le creyeron que hubiera estado dentro de la aldea motilona y hubiese salido con vida.
Como era ciudadano estadounidense, las autoridades aceptaron que se dispusiera a conseguir los documentos que le permitieran permanecer en el país y fue hospedado con una familia norteamericana, que le abrió las puertas de su hogar.
Los motilones, una obsesión
En Bogotá permaneció por algún tiempo, pero con la idea latente de regresar a la aldea motilona, hasta que el día llegó. Se subió a un avión y, con provisiones suficientes, llegó a la selva colombiana, a los lugares donde había estado tiempo atrás; permaneció allí por algún tiempo, esperando ser hallado por los motilones, como en efecto pasó; con la intensión de atraer a los indígenas les dejó regalos en medio de la selva; ellos los recibieron pero en el lugar de los regalos dejaron flechas clavadas, en señal de que no lo querían cerca. Intimidado pero con la certeza de que no se iría sin antes regresar al caserío motilón, Bruce continuó dejándoles regalos. Algunas veces podía verlos pescar, pero el acercamiento aún no se daba.
Días más tarde, Bruce se vio en una situación difícil, cuando fue rodeado por los motilones, que le apuntaban con sus flechas. Para fortuna suya pudo reconocer entre los aborígenes a aquel que lo protegió y brindó su ayuda tiempo atrás. Bruce lo miró a los ojos y le sonrió, a lo que el motilón respondió con otra sonrisa y dio la orden de bajar los arcos. Para ese momento, Bruce había logrado su cometido, pues fue llevado nuevamente a la aldea en la que fue bien recibido. Gracias a su facilidad para aprender nuevos idiomas y dialectos pudo comunicarse rápidamente con los motilones; poco a poco supo ganarse su confianza e inició un proceso de evangelización y civilización.
En el acta de entrega del premio en 1973 se consignaron las palabras que al respecto decía, Sigifredo Hoyos López, empleado de la Colombian Petroleum Company:
Hace más de 14 años los indios motilones constituían para los colonos establecidos al lado de los campamentos y las carreteras un peligro constante, tanto más temible cuando más traicionero. Más de 250 trabajadores de la empresa cayeron heridos o muertos en inesperadas escaramuzas y había horas y sitios en donde la zozobra se hacía tanto más impresionante cuanto más insospechada. […] Por eso fue enorme la sorpresa cuando en 1961 y en el Campo Río de Oro se presentó un joven rubio y desconocido, de aspecto sencillo, con el fin de pedir ayuda para un grupo de motilones enfermos. Nos resistimos a creerle. En muchos años la empresa había tratado de conseguir su amistad por medio de regalos arrojados desde el avión a los ranchos de los indígenas, o dejando bultos de sal o alimentos en un estudiado descuido junto a los campamentos para que fueran presa de un saqueo ficticio, dando una buena muestra de voluntad que los indios no supieron comprender. […] Naturalmente hay que conocer a Olson para comprender que la buena voluntad de sus captores sólo pudo ser lograda por su invaluable vocación de servicio y natural don de gentes. Este primer contacto con la civilización obtenido merced a Olson, borró de un golpe la imagen que unos y otros se habían labrado mutuamente. Se acabó la guerra de guerrillas, se esfumaron los sobresaltos y terminó la matanza. Este solo hecho es suficiente para que no sólo los indios sino el país le deban a Olson sentimientos de simpatía y gratitud perennes.[…] Hoy en día hay cinco puestos de salud entre la selva motilona […] La creencia en brujería fue desapareciendo sin ofender las costumbres.
El gran aporte de Bruce Olson fue incorporar poco a poco a los motilones a la civilización sin agredirlos en sus costumbres. En 1966 se construyó la primera escuela bilingüe motilón–español. En 1973, los motilones, además de centros de salud, contaban con centros educativos. Por sus grandes esfuerzos y por su incansable perseverancia para llegar a los motilones e iniciar el proceso de civilización y pacificación de la región, Bruce Olson Johnson fue merecedor del premio “Germán Saldarriaga del Valle” en su versión número cinco.