Innovador, constructor y transmisor de nuevos conocimientos
Al igual que algunos distinguidos hombres de las ciencias, las artes y las letras, Envigado vio nacer a Gerardo Botero Arango, el 27 de febrero de 1911. Sus padres fueron María Luisa Arango Ángel y el reconocido ingeniero civil, historiador y novelista, natural de Santa Fe de Antioquia, Roberto Botero Saldarriaga, quien, en el desarrollo de su pasión por cultivar el intelecto, pasó a la posteridad por la publicación de varias obras, dentro de las que se cuentan “Sangre conquistadora” (1911), “Uno de los catorce mil” (1922), “En las tierras del oro: tradiciones y cuentos de Antioquia” (1926) y las biografías: “General José María Córdoba” (1927), “El libertador presidente” (1932) y “Francisco Antonio Zea” (1945).
Después de cursar las primeras letras en su ciudad natal, Gerardo Botero viajó a Bogotá a proseguir estudios de secundaria en el colegio de los hermanos de La Salle, en donde obtuvo el título de bachiller en el año de 1929, justo cuando el mundo estaba próximo a experimentar una de las crisis económicas más agudas de la historia. De regreso a Medellín, la emblemática Escuela de Minas lo acogió como estudiante de Ingeniería Civil y de Minas, donde debió hacer propia la rectitud del carácter y laboriosidad que le fijó como lema su insigne su fundador, don Tulio Ospina Vásquez. Allí recibió clases con Alejandro López, Juan de la Cruz Posada y otros tantos profesores que hicieron de la Escuela de Minas el más importante centro de formación de ingenieros durante la primera mitad del siglo XX.
Fruto de su carácter curioso y entusiasta, en 1936 presentó la tesis de grado titulada “Bosquejo de Paleontología colombiana”, trabajo novedoso para una época en la que en el plan de estudios de su carrera profesional no existía materia alguna de Paleontología. Luego de los méritos recibidos por los valiosos y novedosos aportes de su estudio, con el que obtuvo el título de ingeniero civil y de minas; el mismo año de su presentación la tesis fue publicada en Medellín y al año siguiente en la ciudad de Bogotá.
Recién obtenido su título profesional, dadas sus dotes intelectuales en 1937 ocupó asiento en el Consejo Directivo de la Escuela de Minas, al mismo tiempo que despuntó como profesor de Geología y Explotación de Minas. Desde entonces el profesor Botero, como se le conoció siempre en el mundo académico, afianzó lazos con la Escuela de Minas, institución a la que prestó servicios por el resto de su vida. Algunos años más tarde, con el propósito de estimular los estudios profesionales en Antioquia, fue uno de los 27 ingenieros fundadores de la Escuela de Ingeniería de Antioquia (EIA), el 14 de febrero de 1978.
Cuando por diferentes circunstancias políticas y administrativas la Escuela de Minas se anexó a la Universidad Nacional, en su sede de Medellín (1939), Gerardo Botero tuvo ocasión de ocupar, en 1946, la decanatura de la que para entonces ya se conocía como Facultad de Minas. Por su dedicación y entrega al servicio a la institución, años más tarde se le concederían merecidos honores con el nombramiento de profesor emérito.
Como algunos de los ingenieros más destacados de la Escuela de Minas, Gerardo Botero tuvo importantes acercamientos al mundo empresarial. Además de ocupar la Secretaría del Ferrocarril de Antioquia, en 1946 se vinculó a Peldar, una de las más importantes empresas de cristalería en Antioquia. Como ingeniero en jefe, puesto que desempeñó hasta 1973, Gerardo Botero cumplió una importante gestión en la modernización de la empresa, para lo que participó activamente en el proceso de expansión de la compañía con la creación de las plantas de Zipaquirá y Barranquilla.
Pionero de los estudios geológicos en Antioquia, de su labor se desprendió un valioso acervo de publicaciones en este campo, al igual que varías contribuciones sobre Paleontología y Estratigrafía. “Geología del Centro de Antioquia”, “El Batolito antioqueño”, “Apuntes sobre la Historia de la Geología en Colombia”, “Graptolites de Cristalina, Antioquia”, son algunas de las obras que a la postre quedaron como el más importante testimonio científico y docente de su autor. De igual manera participó como investigador asociado en el Departamento de Geología de la Universidad Nacional y como miembro honorario de la Asociación de Ingenieros Geólogos, de Minas y Petróleos (AGEMPET) de Medellín. Al ser su ciencia de amplio interés y desarrollo mundial, también estuvo directamente vinculado con importantes sociedades internacionales como la Geological Society of America, de New York, y la American Association of Petroleum Geologists, de Oklahoma.
Buena parte de su vida la pasó Gerardo Botero Arango en un amplio trasegar a lo largo y ancho del país, tomando y estudiando muestras de fósiles y minerales, algunas de las cuales nutrieron la colección mineralógica que aún se conserva en la Facultad de Minas de Medellín, colección que durante varios lustros ha contribuido a la formación de nuevas generaciones de geólogos e ingenieros.
Cuando en 1981 recibió el premio “Germán Saldarriaga del Valle”, conmovido por aquel gesto, antes de finalizar la ceremonia se dirigió a quienes lo acompañaban. En una breve improvisación, Gerardo Botero agradeció a la Corporación y a todos los miembros del Club Rotario. Contaba entonces 70 años de edad, y, como manifestación de la humildad que lo caracterizaba, quiso compartir aquella distinción con sus colegas de la Escuela de Minas. Tras destacar la labor y ensalzar las virtudes de los ingenieros de su venerada institución, hizo pública aceptación del premio en nombre de sus apreciados compañeros.
Luego de una vida plena de realizaciones en el campo de la ciencia, Gerardo Botero Arango murió en Medellín en 1986, a los 75 años de edad. Como testigo de aquel legado científico e intelectual lo sobrevivió Helena Hoyos Restrepo, su esposa desde 1938, con quien fundó una familia compuesta por dos hijas, Beatriz y Silvia, quienes al igual que su padre descollaron en sus respectivos campos de acción profesional, la primera en Arquitectura y la segunda en Ingeniería Química; la última de ellas, fallecida en un accidente de tránsito en el momento de su mayor actividad académica e investigativa, fue la fundadora de la carrera de Ingeniería Química en la Facultad Nacional de Minas.