“Mi poesía no es sociable sino social, que es cosa bien distinta”
Carlos Benjamín Castro Saavedra nació en Medellín el 11 de agosto de 1924. Fue el mayor de tres hijos del matrimonio entre la tolimense María Saavedra Rengifo y el antioqueño Eduardo Castro Jaramillo, hijo éste del historiador amalfitano Ricardo Castro Rodríguez. Sin haber conocido a su abuelo paterno, quien murió cinco años antes de su nacimiento, Carlos Castro debió heredarle y traer en las venas la vocación por la literatura y el cultivo del intelecto.
En el Colegio de San Ignacio de Medellín cursó hasta el cuarto grado de bachillerato, y, con el propósito de terminar sus estudios, se matriculó en el liceo de la Universidad de Antioquia, pero se retiró antes de terminar el quinto año para consagrarse definitivamente a su vocación literaria. A los nueve años de edad ya había comenzado a escribir y a los 15 fue publicado su primer soneto, en la sección “Jueves Antológico” del periódico El Colombiano. En 1945, a los 21 años de edad, publicó en la Revista de América su poema “José Antonio Galán”, el cual dedicó al director de la revista, el escritor Germán Arciniegas Angueyra, poema que algunos aseguran se constituyó en su rampa de lanzamiento en el mundo de las bellas letras.
En 1946 Castro Saavedra fue nombrado secretario privado del Alcalde de Medellín, Raúl Zapata Lotero, en ejercicio de lo cual publicó su primer libro, al que puso por nombre “Fusiles y Luceros”. Al año siguiente fue nombrado secretario del jurado electoral y a principios de 1948, con la bendición del padre Roberto Jaramillo Arango, contrajo matrimonio con Inés Agudelo Restrepo en el templo parroquial de Bello. Fruto de esta unión se cuentan seis hijos: Carlos Eduardo, Pablo, Santiago, Diego, Gloria Inés y María Victoria.
En 1951 se celebró un concurso de poesía pacifista, realizado simultáneamente en todos los países de América Latina, concurso en el que Carlos Castro obtuvo el primer premio para Colombia con su poema “Plegaria desde América.” Gracias a aquel triunfo pudo asistir al Tercer Festival Mundial de la Juventud, celebrado en Berlín Oriental entre el 5 y el 19 de agosto de 1951, viaje que aprovechó para establecerse por seis meses en Europa, especialmente en Berlín y Viena. A aquel festival asistieron diferentes pintores, escultores, compositores, directores y actores de teatro y cine, así como escritores y hasta deportistas de todo el mundo. Uno de los asistentes, quien luego marcaría significativamente la vida de Castro Saavedra, fue el ya célebre escritor chileno Pablo Neruda.
Desde su regreso de Europa, Carlos Castro se estableció hasta el final de sus días en su ciudad natal, salvo por un breve tiempo que permaneció en Bogotá, donde publicó su segundo libro intitulado “33 poemas”, y por unos pocos meses de estadía en Chile, en donde publicó el tercero, “Despierta Joven América”, cuyo prólogo fue escrito por Pablo Neruda.
En adelante la vida de Carlos Castro giró en torno a una consagrada e ininterrumpida dedicación a las artes literarias. De su prolífica actividad hay más de cien publicaciones, entre las cuales se cuentan 37 libros de poesía, prosa, novela y obras de teatro, y 88 cuadernillos dedicados básicamente a la difusión de cuentos infantiles de su autoría, algunos de los cuales fueron musicalizados hábilmente, con el beneplácito del escritor, por el ingeniero y músico bugueño Gustavo Adolfo Renjifo. Otras de sus realizaciones se encuentran diseminadas en múltiples columnas de prensa, artículos de revista y otras publicaciones seriadas. De igual manera, fue colaborador permanente de diferentes revistas regionales y de los periódicos El Tiempo, El Colombiano y El Correo, entre otros.
Cabe destacar de la obra literaria de Castro Saavedra el alto valor educativo y su devoción por los humildes y los desamparados. Como temas predominantes en su obra se cuentan el patriotismo, el amor en todas sus manifestaciones, las excelencias de la paz, la dignidad del trabajo, la admiración y el deleite por los grandes espectáculos de la naturaleza, la necesidad de realizar la justicia social, la defensa de la libertad, la exaltación de los valores espirituales, el elogio de la vida sencilla y pulcra. Todo ello lo resaltó el rotario Samuel Syro cuando leyó la nota biográfica que sobre Carlos Castro preparó con motivo del otorgamiento del premio “Germán Saldarriaga del Valle”. Al final de aquella semblanza, que se conserva en el acta número 8 del Consejo Central de la Corporación de Fomento Cívico y Cultural, el doctor Syro acudió acertadamente a las propias palabras de Castro Saavedra, como síntesis de ello:
El oficio de escritor no ha sido para mí un entretenimiento, sino una lucha diaria, conmigo mismo esencialmente, y con el medio y las circunstancias históricas en que me ha tocado existir. De ahí que mi poesía no sea sociable sino social, que es cosa bien distinta. Huelen mis versos a madera y a tierra, a sangre y a sudor, a madrugada y a Colombia, a nido y a relámpago, y si hay algo de que puedan estar orgullosos, es de su lealtad a las palabras señaladas y a todo cuanto ellas simbolizan y encarnan.
Soy un poeta solitario y numerosamente acompañado, aunque resulte paradójico. No pertenezco a ismos de ninguna especie, pero siento como cosa propia la respiración de toda la familia humana, y no oculto mi solidaridad con el pueblo del mundo, y mi deseo de que la vida cambie, en manos del pueblo, justamente, y la tierra se llene de música, de paz y de abundancia. Si por pensar en esta forma me condenan, o me calumnian o me niegan el aire, peor será para quienes lo hagan, porque un día sus hijos se avergonzarán de ellos.
Amo los árboles, la luz, los ríos, los caminos, los surcos de mi patria, y todos los días trato de acercarme más a estas cosas y de alojar en ellas mi ternura, pero las balas me rechazan, y, en más de un ocasión rompen mi pecho y derraman mi miel, acumulada con trabajo, durante largos días de amor y de vigilia.
Me gusta la pereza, pero a condición de que sea fecunda y produzca, lenta y seguramente, países de algodón, selvas de seda y nubes que defiendan el labriego de la furia del sol. Es dulce no hacer nada a veces y sentir que el mundo pasa por la frente, como un río de lana, y mientras pasa teje mantas para los lechos de los pobres.
No busco el favor de las minorías intelectuales que todos conocemos. Aspiro, simplemente, a expresar un poco del dolor de esta época, y de las esperanzas que el dolor no ha podido matar. Me voy con el gran río humano, con la gente que madruga a sembrar, a construir, a barrer las calles, a no hacer nada inclusive, y cedo mi puesto a quien quiera quedarse a mirar la función de los cubileteros. Si uno solo de mis versos logra incorporarse, real y entrañablemente, a la vida de todos, me doy por satisfecho.
No tengo compromiso con la inmortalidad. No soy profeta, ni político, ni nada por el estilo, y me siento muy bien en mangas de camisa y acompañado por el viento.
Sólo sé que estoy vivo todavía, y que mi corazón me ilumina por dentro y me llena la vida de resplandores rojos.
Carlos Castro Saavedra se desempeñó también como Director de Extensión Cultural de la Universidad Libre de Bogotá (1951), Inspector de Higiene en Medellín (1967), Secretario de Salud, de Educación y Bienestar Social en Medellín (1969), Director Cultural del SENA – Regional Antioquia-Chocó – (1968) y Director de Extensión Cultural de la Universidad de Antioquia (1974).
Además de las ya enunciadas, abundantes menciones, reconocimientos y homenajes recibió Carlos Castro por su obra literaria. Entre otros, en 1946 recibió el primer premio del concurso de la Academia de Historia Antioqueña por su poema “Jorge Robledo, poema del Mariscal Iluminado”; en 1957 el premio “Juegos Florales” que otorgó el Departamento de Cultura del Municipio de Medellín, por su poema “Invasión de las Flores”; en 1970, el premio “Germán Saldarriaga del Valle”, como homenaje a su vida y obra literaria; en 1982 obtuvo el primer lugar en el concurso de novela “Jorge Isaacs”, con la obra “Adán Ceniza”; y en 1988 fue galardonado con el “Premio de la Secretaría de Educación y Cultura a las artes y las letras” en reconocimiento a la totalidad de su obra.
Al año siguiente, poco antes de cumplir los 65 años de edad, Carlos Castro Saavedra murió en Medellín, el 3 de abril de 1989.
A propósito de la vida y obra de Carlos Castro Saavedra, entre los muchos testimonios que han inspirado su nombre, valga rescatar dos de ellos que fueron publicados en el primer volumen de “Escritores y autores de Antioquia”:
Castro Saavedra conoció desde la infancia el demonio de crear. Germán Arciniegas lo presentó en la “Revista América”. La precoz celebridad fue su vara de premio con el vértigo de las alturas. El pensamiento social, el hijo, la mayor edad, no tardaron en humanizar su acento y su carácter. En sus libros “Fusiles y luceros” y “Mi llanto por Manolete” todavía la poesía es medida magistralmente. Los cantos misioneros del poeta se funden en el recuerdo, como si sólo hubiera escrito un solo poema, con el tema único de los humildes y desposeídos de la tierra.
(Javier Arango Ferrer)
… El insistente y terco y monocorde Carlos Castro Saavedra es el poeta más caracterizado que hemos tenido en mucho tiempo, bueno entre los mejores de América.
(Gabriel García Márquez)