“¡Servir! es la meta común de rotarios y scouts”
Desde muy temprana edad, Jorge Cock Quevedo comenzó a dar muestras de su compromiso con la sociedad, algo que lo caracterizaría por el resto de su vida. Una de sus primeras acciones en este campo se llevó a cabo cuando aún era estudiante de bachillerato, con su participación como fundador del primer grupo scout que se creó en el país, en 1918. Para tal efecto creó el Grupo Scout Primero de la Universidad de Antioquia, simiente de lo que en adelante sería una gran corriente de jóvenes exploradores que durante poco menos de un siglo han enaltecido su nombre con el lema que los caracteriza: “siempre listos para servir.”
Para 1935 el movimiento scout ya tenía proporciones nacionales, y en ese mismo año, con Jorge Cock como uno de los anfitriones, se celebró en el municipio de La Ceja (Antioquia) el primer campamento scout nacional, encuentro en el que participaron cerca de cien jóvenes de diferentes partes del país.
Jorge Cock recibió innumerables honores y alcanzó todos los títulos, posiciones y distinciones que otorga aquel movimiento de exploradores. En 1949 fue nombrado jefe scout de Colombia y cuatro años más tarde fue condecorado con la “Ardilla de Plata”, máximo galardón del escultismo colombiano.
Cock Quevedo había cursado estudios básicos en el colegio San José y en 1920 concluyó el bachillerato en el Liceo de la Universidad de Antioquia, en el que obtuvo el título de bachiller en filosofía y letras. Al año siguiente se vinculó como estudiante de Medicina de la misma Universidad, de la que egresó en el año de 1929, cuando contaba 26 años de edad. Sus padres eran Jesús Cock y Lorenza Quevedo, pareja de filántropos de quienes aprendió mucho acerca de coraje, generosidad y bondad desde el día de su nacimiento, el 19 de mayo de 1903.
En manifestación de su espíritu de servicio, cuando Jorge Cock apenas comenzaba estudios de Medicina, se incorporó como voluntario en el Cuerpo de Bomberos de Medellín, en ejercicio de lo cual contribuyó, junto a un grupo de valerosos hombres, a extinguir los grandes incendios que durante la década de 1920 destruyeron algunas manzanas del Parque Berrío, en el centro de Medellín. Luego, cuando el adelanto en sus estudios así lo permitió, ocupó la plaza de médico voluntario en la misma institución. Allí trabajó algunos años al lado de su padre, quien desde mediados de los años veinte fue nombrado primer Jefe del Cuerpo de Bomberos de la ciudad.
En 1926, poco antes de terminar sus estudios universitarios, y al lado del prestigioso galeno Gustavo Uribe Escobar y del comerciante y filántropo Guillermo Greiffenstein, fundó una de las más importantes instituciones humanitarias de la región: la Cruz Roja de Antioquia. Además de la importancia que esta institución ha tenido para la sociedad antioqueña, fue en el desarrollo de sus actividades al frente de la Cruz Roja como Jorge Cock encontró el complemento de su vida. Allí conoció a la señorita Alicia Londoño Posada, vinculada a la institución como dama voluntaria, con quien contrajo matrimonio en el año de 1932. Desde entonces, la pareja Cock Londoño sentó las bases para perpetuar sus vidas al servicio de los demás. De este matrimonio hubo ocho hijos, y para 1982 ya la familia incluía un total de 21 nietos.
En 1935, con la ayuda del Club Rotario de Medellín, la pareja de filántropos emprendió una campaña para llevar el movimiento de niños exploradores a las escuelas públicas de Medellín, y al año siguiente para llevarlo a las jovencitas de la ciudad con el establecimiento de las “Guías scouts”. De igual manera, aquel matrimonio colaboró con la realización de los Cursillos de Cristiandad, desde la llegada de este movimiento católico a la ciudad en 1935; predicaron con el ejemplo porque fueron incluso una de las parejas que participaron directamente en el “Cursillo número uno”. Algunos años más tarde, con sus pequeños hijos, se consagraron a las actividades de apostolado, colaborando directa y decididamente en la fundación de las Granjas Infantiles de Jesús Obrero y en el Movimiento Familiar Cristiano.
A principios de 1974 murió doña Alicia Londoño, luto que no impidió a Jorge Cock continuar con todas las actividades que había estructurado con ella. A principios de la década de 1980 ya se dedicaba casi exclusivamente a su consultorio médico y a la Fundación “Lorenza Quevedo de Cock”, en el primero atendiendo a personas de escasos recursos y en la segunda prestando su ayuda para la regeneración, educación y adaptación de personas marginadas, drogadictas y con otras dificultades, procedentes especialmente de los barrios más pobres de la ciudad.
Con el propósito de combatir la desnutrición de los niños, Jorge Cock se empeñó al final de su vida en el fomento de diferentes campañas de nutrición, para lo cual durante los últimos años de su vida dedicó especial atención a la difusión de la producción de leche de soya y otros de sus derivados.
Entre otras actividades, también encaminadas al servicio de la comunidad, Jorge Cock Quevedo se destacó como catedrático en la Facultad de Medicina y jefe del servicio médico de la Universidad de Antioquia; concejal de Medellín, Secretario de Salud Pública de Medellín, miembro de la Sociedad de Mejoras Públicas y activo participante de múltiples juntas directivas de variadas instituciones, como el Hospital San Vicente de Paúl.
No en vano el 30 de septiembre de 1982 fue galardonado con el premio “Germán Saldarriaga del Valle”, pues en su vida y obra se hacía claramente perceptible la realización de lo que quiso exaltar don Germán con el premio que lleva su nombre. Ya en la reunión de selección de los ganadores, celebrada dos semanas atrás, los miembros de la Corporación de Fomento Cívico y Cultural habían decidido darle el premio a Emiro Botero y a un hombre quien en su concepto era “el ejemplo más claro de un ideal rotario”: Jorge Cock Quevedo. Llegado el momento de aquella distinción, motivado por el sentimiento de alegría y agradecimiento que ese acontecimiento le generaba, compartió las siguientes palabras, las cuales podrían entenderse como una síntesis de su ideal y su vida. Según consta en el acta de otorgamiento, Jorge Cock manifestó:
El encontrarme sentado a manteles, por invitación de ustedes los rotarios, es para mí un alto y gratísimo honor. La emoción me embarga. Paréceme volver a ver sentados aquí a Charles M. Davidson, a Germán Saldarriaga del Valle, a Óscar Duperly, a Pedro Olarte, a Jorge Castro Duque, a Guillermo Echavarría… A qué seguir la enumeración de tantos queridos y recordados amigos que aquí me traían a varios de sus almuerzos rotarios, para que les hablara sobre el escultismo, al cual había decidido apoyar y estimular como movimiento formador de buenos ciudadanos, siempre listos a servir a su Dios, a su patria y a sus semejantes.
¡Servir! es la meta común de rotarios y scouts. Son ustedes, señores rotarios, concreción espléndida de ese espíritu de servicio. Ese espíritu que han creído encontrar ustedes a lo largo de mi vida y que fue el que quiso exaltar en sus conciudadanos Germán Saldarriaga, ese gran hombre pionero de su generación y honra de Antioquia.
Permítanme ustedes que repita algo que dije al hacérseme Caballero de la “Orden de Boyacá”: “Ha sido pródiga la Providencia con nosotros porque nos ha deparado de continuo la oportunidad de servir a la juventud, a los enfermos del cuerpo o del alma, de servir a los más débiles, a los más necesitados. Y digo “con nosotros” porque mi vida se funde con la de Alicia en todos los campos y actividades y, así, sigue inspirando mis pensamientos y acciones. Con ella disfruté siempre de “el divino placer de servir”, como lo nombrara Gabriela Mistral, placer del que tanto me hablaron mis padres y que luego se afianzó en mi vida de scout y de cristiano consciente.
La vida cristiana es una constante exigencia a cooperar con Cristo en el mundo. ¡Hay tanto para hacer! Cada uno de nosotros tiene una tarea señalada, indispensable, que ningún otro puede efectuar en nombre nuestro. Estamos sellados por una vocación y un destino que desborda los pequeños límites del yo.
Un Dios de amor se dignó pasar su mirada sobre nosotros. Sus ojos nos eligieron entre millares y sus manos arreglaron las circunstancias para que cada uno pueda cumplir su misión personal. (Nos lo dice Sergio Cifuentes, sacerdote peregrino).
Es fácil entonces, comprender, cómo nuestros méritos se reducen a haber estado atentos a su llamado, “Siempre listos para servir”, como lo indica nuestro lema y el haber respondido a su voluntad con un sí rotundo.
Mis anhelos y proyectos han tenido éxito en repetidas ocasiones. El Señor me ha deparado sufrimientos y alegrías. Éstas superan en mucho a aquéllos en mi ya larga vida. Me queda sí un gran anhelo: el de ver funcionando entre nosotros, como en varios países de América, los plantas de producción de leche y soya y sus derivados para llevar proteínas a nuestros niños desnutridos, los que, carentes de leche, carne, huevos, etc. en su alimentación, están condenados a deficiencias físicas y mentales.
El galardón que hoy recibo, lo acepto para los que concurrieron a darme la vida; para los que me pusieron en el camino del bien, para todos aquéllos que conmigo laboraron. Lo recibo en fin, para la compañera de todas las horas, de todos los días, que ya tiene asegurado su premio en el cielo. Y lo dejo a mis hijos, que tanto nos ayudaron para sentimos realizados en estas actividades de servicio y que comprendieron y gustosos aceptaron que la estrechez económica es una gran escuela de formación. Lo dejo a ellos, tan cariñosos y comprensivos, y a mis nietos, con la consigna de permanecer “Siempre listos para servir”.
10 años después, el 31 de octubre de 1992 murió en Medellín Jorge Cock Quevedo, dejando para su ciudad y el país un valioso legado cívico que ha sabido encauzarse con la misma energía por algunos de sus descendientes.